lunes, 21 de septiembre de 2009

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This is a test post from flickr, a fancy photo sharing thing.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Bocas del Toro


Ya extrañando la playa, después de 4 días en la ciudad y uno en la montaña, llegué ansiosa a Bocas del Toro. Un archipiélago panameño, conocido por sus paisajes de postales y su gente bella, que busca atender al turista con sonrisas coquetas y fiestas todos los días. Este archipiélago esconde una larga historia de colonización tanto española como inglesa. Indígenas Guaymí, Teribe y Bokota son algunas de las comunidades indígenas originarias de estas islas. Algunos de ellos todavía habitan sus tierras, pero como siempre en los sistemas sociales contemporáneos, viven relegados sin muchas oportunidades. Panamá se menea entre las moribundas culturas ancestrales y el estrepitoso y aplastante modernismo yanki.

Isla Colón fue el lugar de arribo, la más conocida y por ende turística. Ahí encontramos un hospedaje que albergaba a muchos turistas gringos e israelitas y fueron precisamente dos los israelitas los que se convirtieron en nuestra familia y en nuestro grupo de viaje por casi 4 días.


Como era de esperar la fiesta era inevitable en este lugar, así que la noche fue más para eso que para la luna y las estrellas. El bar “El Point”, me trajo música bonita para el disfrute de la noche. Chicos y chicas extranjeras buscando la aventura propia en los pobladores bocaneros, que llevan la fiesta en las venas.

A la mañana siguiente me disponía a ejercitarme en el centro de yoga que hay en isla Colón, cuando me percaté que mi billetera no estaba y estando casi al borde de un ataque de nervios Joao me ayudó a ir en busca de ella, claro que la búsqueda no me la devolvió y yo me resigné a cancelar mi tarjeta. Mis ánimos de playa se hundieron en las cavernas de los murciélagos que más tarde visité. La adrenalina de la oscuridad con esos animales nocturnos en las cavernas me convidaron un poco de risa y susto para olvidar la terrible irresponsabilidad cometida. La Estrella, una playa en esa misma isla, me enrredó en su belleza y me despojó del mal rato.



Sin lugar a duda esa tarde corrí a la meditación del centro de yoga para calmar un poco la culpa y casi como un acto de magia manifestada, al volver a mi hogar momentáneo, mis amigos me sorprendieron devolviéndome la billetera. Los trabajadores del bar el Point la habían encontrado y la devolvieron con todo lo que había adentro, sin faltar ni siquiera medio dólar en ella. Reí nerviosamente y pensé inmediatamente en el duende malicioso que esconde cosas solo para hacerme sentir bastante estúpida, pero no!, así que agradecí la suerte de encontrar gente honesta en ese rincón de Centroamérica.

A la mañana siguiente corrí al lugar de Heather, la instructora de meditación, que al verme consternada por mi irresponsabilidad y por vibras extrañas me hizo un descuento en la sesión privada de limpieza del mal karma. En su pequeño paraíso de la isla de al frente de la mía, encontré en ella un espejo en donde pude mirar mis sentimientos con más claridad, ella es una maestra chamana que me invitó paz y serenidad, que me dijo que el mar y los árboles son los seres que ayudan a purificar el alma. Ese día la pasé sola contemplando el mar y sumergiéndome en él y en el mío propio. Ya no habían olas, todo estaba sereno, quería conservar eso.




Esa noche no pude escapar de la fiesta, era el último día en esa isla que me había despojado de mis bienes materiales y me había devuelto buena suerte. Un impulso de rabias extraviadas y un grupo de jóvenes tamboreros, que retumbaban en la plaza principal, me habían gritado al oído anda y baila.

Y eso hice. Bailé toda la noche, al ritmo de batucadas, salsas, merengues y fue el bit de la electrónica el que me regaló sensualidad. Esa noche de fiesta, Bocas del Toro, me regaló fantasía volando a un patio trasero mágico que me subió a las estrellas y me devolvió el reflejo de la luna en el agua. Mis poros soltaron más de mí con reggae verde y luciérnagas, que destellantes me limpiaban de viejos temores. Un día más en esa playa era necesario. Ya no podía seguir al ritmo de 3 días por lugar, esta isla me regaló su desnudez y eso ameritaba un día más.

Por primera vez me separé de Joao por un día. Un día largo que me decía que me quedara más; y con muy pocas ganas de irme yo decía que mi viaje tenía que continuar. A la mañana siguiente las olas estaban en crecida y con una taza de exquisito café panameño miraba como los surfers se alistaban para correrlas. Yo me alistaba para evadir mareas altas y seguir con Joao la travesía .


martes, 8 de septiembre de 2009

Boquette con aroma a café


La noche estuvo congelada en el bus, ningún tipo de preparación evitaría sentir frío en ese viaje nocturno. La mañana siguiente estuvo cálida. Las montañas de Panamá nos dieron la bienvenida a las alturas de centroamérica. Arboles elevados, nubes gordas y espesas nos iluminaron el destino. Joao y yo teníamos sólo un día para ver esa geografía. La mañana empezó temprano y así pudimos desayunar y planear el día. Por suerte preguntamos sobre precios y lugares para conocer a los locales. Al ver que no éramos gringos, nos soltaron datos y nos recomendaron hacer las cosas por las nuestras y no con empresas usureras que despistan al viajero misio. Así llegamos a casa de la señora Dora. Una mujer mayor con espíritu de abuela que nos acojió y con humilde sinceridad nos mostró su guarida. Por 6 dólares el cuarto, nos alojó en un par de colchones y nos brindó mucha conversa.

En boquette no sólo hay montañas y árboles, sino también hay mucho café, esta es la zona cafetera de Panamá. Probando mi elixir preferido de cada mañana, caigo en cuenta que este café es exquisito. El más rico que he probado según mi escaza memoria. Un aroma a choco café, con el amargo preciso y el cuerpo espeso. Un almibar de esos frutos redondos y rojos de los cafetales. El café de Boquette, mi preferido.

Para vivir una experiencia más profunda en esa fugaz visita nos decidimos a entrar en las venas de Boquette. Unas venas calientes que salen burbujeantes del subsuelo de un poblado llamado Calderas. El camino fue largo. Queriendo recorrerlo nos aventuramos a la caminata por senderos desconocidos y de nunca acabar. Felizmente siempre hay los buenos conductores que nos rescatan del sol y del cansancio. Ese día fueron dos los que nos llevaron y uno el que nos regresó.

La entrada al lugar fue ansiada por mi dolor de hombros. El rio tenía que ser primero para quitarnos el calor de la larga caminata. Un rio helado con piedras enormes y corrientes violentas nos atrajo. Las aguas calientes llegaron después, susurrándonos un olor a azufre y devolviéndole a mi cuerpo la energía viva de la montaña.

Lluvias torrenciales arreglaron el camino de vuelta al techito hogareño que nos esperaba. Una siesta era inevitable. La noche cayó y yo no la vi , mis ojos no podían cerrarse más, así que los abrí y en medio de la oscuridad producida por el apagón salí a recorrer el pueblo. La luz llegó y yo pasié sin encontrar nada interesante hasta el momento que regresaba. Ahí encontré a una pareja de australianos que llevaban viajando casi 8 meses por Sudamérica, para ellos recién comenzaba su travesía por Centroamérica, así como yo. En el camino nos volveríamos a encontrar mágicamente, intuitivamente. No lo sabía en ese momento, así como tampoco sabía que cuando los viera nunca llevaría una cámara conmigo, así que la foto se las tome con mi ojo y la guardo en la memoria de mi nervio óptico. Con mucho entusiasmo de conocer a unos amigos mayores, los abrazo sintiéndome protegida y espero hallarlos on the road.

Boquete se acabó en un día y fue lindo, pero extrañaba el mar y la playa, mis pies querían andar descalzos y yo desnuda en arenas caribeñas. Bocas del toro, era la siguiente parada.