jueves, 30 de julio de 2009

Cartagena y San Blas al desnudo


Para ir a Cartagena tuvimos que tomar dos buses, porque para el directo llegamos tarde. Así que la ruta sería Sincelejo,a 10 horas y luego 4 más a Cartagena. La noche en el bus fue larga e incómoda, no sé que tienen estos buses colombianos que encienden el invierno que nunca tienen en los buses interprovinciales. El aire acondicionado entra hasta los huesos y te desmaya de frío. El desayuno lo tomamos en Sincelejo. La ciudad casi vacía a las 6 de la mañana nos recibió con selva húmeda. Tarapoto era el recuerdo, lindo recuerdo. Luego del desayuno tomamos una moto taxi, pero no como los que conocemos en Perú, sino una moto_taxi o moto lineal como se conoce en algunas provincias de mi país, pero estas eran seguras y de confianza. Así que me monte en una y recordé mis tiempos de motociclista en Piura. El conductor, un joven de Barranquilla, me hizo la conversa y me preguntó mi nombre. Vania le dije. Le pregunte el suyo, Ivan me dijo. Así que le conté que mi nombre es ruso y allá a los Vanias les dicen Ivan. Parece que le gustó porque en una parada se sacó una pulsera de la muñeca y me la regaló. Hasta hoy la llevo prendida en mi tobillo derecho.

La llegada a Cartagena fue rápida y esperada, pero cansada y calurosa. Esa ciudad es un infierno de calor, me la pase todo el día casi desmayada. Lo primero que había que hacer después de conseguir hotel era buscar al capitán que nos llevaría a Panamá. Así que fuimos a buscarlo. En el puerto nos encontramos con un señor muy bronceado de barbas blancas y ojos azules. Estaba con una hermosa mujer grande de pieles cobrizas, ojos achinados y lisos cabellos negro azabache, su novia. Nos indicaron como era el viaje. Dos días en altamar, tres días en las islas San Blas y luego a 2 horas por medio de un taxi, que nosotros pagaríamos, Panama city. En el barco en altamar, nosotros tendríamos que cocinarnos la comida que él lleve y turnarnos para manejar cada dos horas. Todo eso por 375$. Nosotros esperábamos pagar 300 porque eso decía la guía, pero la realidad era otra. Él salía el día siguiente por la tarde y teníamos que decirnos ya! Así que nos miramos, conversamos un poco con el capitán y María, su novia. Nos robaron un par de sonrisas y nos conquistaron. Nos vamos mañana dijimos.

El día en Cartagena fue asfixiante, la ciudad por el centro es linda. Una ciudad amurallada que sirvió de fuerte en la época de piratas y colonizadores, un paraíso de aquellos.

Actualmente es muy turística, ya que es patrimonio de la humanidad, pero como siempre, los alrededores con su cadena de pobreza que se esconde a 30 minutos de los visitantes. Nosotros lo vimos porque llegamos en bus local y la atravesamos indiferentemente para ver lo que los guías y reportajes turísticos cuentan de Cartagena.


La playa ahí es caliente y llena de edificios y gente, con policías por todos lados, que al primer descuido ilegal te interceptan y te cobran.

Cartagena es algo así como un sauna a tiempo completo, y creo que fue eso lo que me curó y limpió. Un aguacero por la noche me resfrescó , me hizo botar el resto de mala pena que tenía dentro.

Esa sería la última noche en Colombia, y aún no había visitado un lugar de salsa en ese país, que vergüenza! Pues lo que hice fue buscar un lugar sabroso e ir a bailar al ton y son esa música que me hace girar subir y bajar. Convencí a Joao, que no quería bailar salsa porque según el que no sabe, y a dos hermanos argentinos para ir a saborear un poco del ritmo tropical. Me los llevé y bailamos los cuatro solos en un bar vacío, pero con buena salsa que era más portorriqueña que colombiana, pero no importa. Me desquité de Colombia.

Al día siguiente fuimos a disfrutar de ese mar cartageniense, que está lleno de pobladores ofreciendo sus manos en comidas, masajes u orfebrería. La técnica que usan es regalarte una muestra de su servicio para luego, cuando ya no puedes devolver el masaje de tu espalda o la concha que te comiste, te lo cobran y te hacen un escándalo. Felizmente fuimos advertidos. A Joao le toco vivenciar la experiencia de los ambulantes que ofrecen y luego cobran. Pero él solo atinó a decir: no tengo billetera, para que los vendedores le hagan el quite. Ya en la tarde y bastantes deshidratados hicimos maletas y nos fuimos al velero.

San Blás:

La aventura empezó como a las 6 de la tarde. El velero levantó su ancla y nos escondió en la oscuridad de la noche, en casi dos horas.

El visitante, a nuestro rincón escondido, fue un barco policía que hacía el procedimiento normativo de revisar quienes eramos. Pues la bahía de Cartagena está llena de traficantes de muchas cosas, pero principalmente de drogas. Y como nosotros no teníamos eso nos dejaron ir. Un policía salvó mi vicioso habito de fumar, regalándome un encendedor, pues irresponsable yo me había estokeado de cigarrillos pero no de cerillos y en el bote el único fuego era el de mis ansias de un tabaquito. La noche continuó tranquila, el viento estaba sereno y el mar también, pero por siacaso, mi pastillita para el mareo era imprescindible.

El primero en manejar fue el capitán, luego le siguió Joao y después era yo. Para cuando me toco a mí, ya todos estaban dormidos o casi desmayados por el vaivén de las olas. Sólo tenía que mantener el timón en 260 grados en la brújula, suena fácil pero no lo es, el timón era duro y movedizo, casi incontrolable, pero lo llegué a dominar cuando estaba quedándome dormida sobre el timón.

La noche pasó y llego el día para volver a manejar a las 6 de la mañana. El día era tranquilo y nuestra marcha también, a ese ritmo llegaríamos en 3 días y no en dos. El problema estaba en la cruceta. Arriba en las velas, una cuerda se había atrancado en el poste superior, cerca de lo que los antiguos navegantes llamaban carajo, la parte más alta del barco, a donde comúnmente mandamos a los que nos estorban. Pues a mí me mandaron ahí. Con piel de aventura y adrenalina me subí a un arnés y con mucha pericia y suerte lo logré sacar. Baje temblando y no creyendo lo que había hecho. Estaba venciendo mis miedos y envalentonándome ante ese paisaje lleno de mar y nada más. Me mandaron al carajo y salí triunfante. Ahora con dos velas a nuestro favor aceleramos el recorrido. Dos días completos en altamar entre contemplación, pensamiento, reflexión e introspección serían la experiencia más hermosa y diferente vivida hasta ese momento. Quiero navegar por el mundo.

Los delfines fueron nuestros mejores amigos por las mañana, nos jugueteaban y me hacían sentir feliz. Hermosos animales libres e indefensos que celebran las olas con intensa espontaneidad. La plenitud de no necesitar nada y sentirme libre y sin miedo frente a la majestuosidad de un Caribe sin horizontes fue simplemente elevadora. Navegante de mares sin fronteras.

Después de dos días y al cabo de la tercera noche llegamos a las islas. Una proeza que no suele hacerse pues, los arrecifes son el principal enemigo de los marineros. Y casi intuyéndolo nos encayamos. Casi una pesadilla si sabes en lo que te estás metiendo, pero como buena ignorante el miedo no me embargó y Jowi y yo nos pusimos manos a la obra para resolver el problema. En el medio de la noche los hermosos corales nos habían atrapado y no nos dejaban salir, no había solución por el momento y esperar a que llegue el día era la mejor solución. Esa noche duró dos horas que parecieron eternas, entre el golpear del velero contra el arrecife. Éramos prisioneros de una belleza inimaginable.


Al día siguiente las islas se dejaron ver, la belleza era despampanante, cientos de islas sacándonos la lengua por presumidos. Un barco socio del capitán vino al rescate, así como también, los pobladores de esas islas, los Kunas. Trabajadores de antaño que defienden sus tierras y sacan justo provecho de ellas. Ellos escavaron, rompieron corales y después de casi cuatro horas varados, logramos salir. Quizás nadie se percató, pero Joao y yo fuimos los últimos en dar el toque final a la salida, saltando en la proa del velero.

Navegamos dos horas más para llegar hasta el destino, la isla Chichimé. El archipiélago de San Blas está conformado por 365 islas, la comarca Kuna Yala (casa de los Kunas). Los kunas son indígenas migrantes de Sudamérica. En 1900`s hicieron su arribo a este archipiélago y después de lo que ellos llaman la revolución se lograron independizar como comunidad. Según dicen, son la única comunidad indígena autónoma del mundo, un estado con sus propias reglas. Panamá es sólo su moneda y su patriarca. Actualmente San Blas es el paraíso de los navegantes, antes era Tahiti, pero hace 20 años fue redescubierta en estado casi virgen. Ahora el turismo ya empezó a ensuciar hace aproximadamente 3 meses. Los kunas visionarios hacen su turismo vivencial y no venden sus islas a inversionistas extranjeros, oportunistas, aprovechadores, que matarían más la naturaleza con cemento y soberbia.

En la playa ya se empieza a ver los rezagos del modernismo. El plástico y las latas llegan naufragantes a las islas. Así mismo, como se rumorea, llega el clorhidrato de cocaína, a través de la corrientes nacientes en Colombia, como dije antes, ellos sacan provecho a todo aquello que llega a sus islas, no los culpo.

Ya en Chichimé, nos disponemos a ordenar el barco y salir de él a tierra firme. Una isla habitada por cuatro o menos familias. En media hora le dimos la vuelta a toda la isla. Tierras puras, femineidad desnuda. Islas mujer. Una playa que te desnuda y así lo hizo conmigo, quería sentirme una palmera más, un pedazo de arena blanca mojada por aguas cristalinas y calientes. San Blas es mujer.


No quería despegarme de la isla pero mi refugio nocturno estaba en el barco, así que casi de noche volví al mar. Caí desmayada por tanto relajo. Al día siguiente la luz matutina me despertó. Casi todas las noches me la pase durmiendo en la parte alta del barco, a la intemperie de estrellas y brisas tibias. El día volvió a desnudarme, la presencia de la nada humana me conmovió y me dejó volverme una sola con la inmensidad marina.


La tarde empezó con la despedida de unos cómplices argentinos a quienes sólo encontramos para compartir tanta majestuosidad. Teníamos suerte de estar presentes. Uno de los lugares más bellos que he visto en mi vida, sin duda.

El almuerzo fue langosta y cangrejo, el sabor era de dioses.

La noche fue mágica nuevamente y se acabó temprano, al día siguiente era la despedida y quería gozarla desde el amanecer.

Con el desgarro propio de despedir un lugar inimaginablemente armonioso y bello y sumando a eso la llegada de mi luna, me tumbo en la playa adolorida y desdichada por tener que irme. El sol, el mar y la arena me anestesiaron. El capitán Hernando llenó mi día de anécdotas. Él viajó y vivió mucho, con él pasé hasta ahora más tiempo que con ningún otro viajero, 6 días. Por la noche se sumó a mi relajo y me lleno de historias y cuentos de su vida y de otras vidas, de pasajeros que lo acompañan en el mar, de todo el mundo y de todas las idiosincrasias. Este señor aventura es un berraco, en el sentido positivo de la jerga colombiana. Un personaje de esos que es un placer conocer. Un Sr. risa, rabia, manía, ironía, sabiduría y alevosía. Si quieren pertenecer al grupo de los gozetas, llámece gozeta a una persona que goza de la vida sin importar las responsabilidades que tenga que hacer, ya sea trabajando, viajando o jodiendo, siendo felices no más. Pues bien el gozeta # 1, creador y fundador de este grupo el capitán Hernando les da la bienvenida.

El día siguiente amaneció de noche, esperábamos la lancha para tierra firme a las 6:30 y había que hacer las maletas. La despedida de ese barco, de esos 5 días de aventura, del Capitán Hernando y sumándole mi regla era ansiedad pura. Quería llorar y no quería partir, pero no había otra, así que con el nudo de cada despedida, en la garganta lo abrazo y prometo volver. La salida en el bote a tomar el taxi en tierra firme para llegar a Panamá fue amargo, no soportaba la presencia de los gringos compañeros de velero que renegaban con engreimiento del duro viaje y de la áspera actitud del capitán de quien felizmente yo fui la preferida y mimada. Hasta pronto Santa Blas.